Juana María Armelín

Pía Ríos

Juana nació en Gualeguay, cursó sus estudios primarios y secundarios en la misma ciudad. Luego de recibirse de catequista se mudó a la ciudad de La Plata a estudiar en la Facultad de Ciencias Exactas la carrera de profesora de Matemáticas. Ahí mismo comenzó a militar en el Partido Comunista Marxista Leninista, luego de haberse relacionado con los curas de la opción por los pobres.

A los 22 años de edad se convirtió en madre por primera vez, dando a luz a mi hermano Camilo Daniel Ríos. Cuando empezó su trabajo de parto, una compañera corrió a llamar una ambulancia al teléfono público que estaba a dos cuadras; pero Juana parió en soledad y se desmayó; por suerte Camilo nació sin complicaciones.

Un año después, la organización a la que pertenecía decidió pasar a la clandestinidad, anticipando lo que más tarde se institucionalizaría con el golpe de Estado. Así es como mi nacimiento se produjo sin poder documentarse. Ella tenía 24 años de edad.

Producto de su desaparición, mi hermano y yo fuimos enviados a un Instituto de Menores, Pilar Borgez de Otamendi (ex Riglos) actual Universidad de Moreno. Luego de permanecer ahí más de un mes, fuimos recuperados por mi tío Carlos Armelín. Y nos crió Gemma, también hermana de mi mamá.

Hasta aquí puedo transmitirles gran parte de lo que sé que sucedió, hechos comprobables por testigos, documentos y vivencias. Pero me gustaría hablar de ella a partir de relatos con los que fui reconstruyendo su historia.

Ella era la menor de nueve hijos. En la casa de mis abuelos un postre habitual era el queso y dulce. Contaba mi tío Roberto –tal vez a modo de resistencia– que ella guardaba el dulce hasta que todos se comieran su porción, para poder disfrutar esa parte más rica delante de los ojos de sus hermanos.

A sus 20 años tenía un novio (no era mi padre) que tuvo que asistir al servicio militar, en aquel entonces obligatorio. Fue en ese lapso que Juana conoció a mi papá. El problema se presentó al regreso de su novio; los hombres pelearon por ella como si ella no pudiera decidir por sí misma.

Pequeñas anécdotas inmersas en testimonios reparadores son las que me devuelven a mi mamá; y resignifican a esa mujer que quedó inmortalizada en su juventud. La que siendo catequista comulgó con las ideas del tercer mundo, la que se practicó un aborto, la más chica de una familia tana que escapó a un destino que no podía ser otro que monja o maestra. Ella, Juana María Armelín, la que fue todo esto y otras muchas cosas que no sé; además de ser mi mamá.

La mujer que no fue jefa del “Partido Comunista Marxista Leninista”, la que se quedó a nuestro lado hasta último momento esquivando ráfagas de balas; la que en el campo clandestino de detención dijo no arrepentirse de la lucha, pero sí, de no haber dimensionado la cruenta represión y no haber podido despedirse de nosotros.

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