Con identidad propia

Emiliano Hueravilo

Mi papá Oscar nació en Chile y de muy chiquito se vino a vivir a la Argentina. Conoció a mi mamá en las Bodegas Peñaflor donde ambos trabajaban de administrativos. Militaban en el Partido Comunista Argentino y vivían en Palermo.

Los desaparecieron el 19 de mayo del ‘77. A mi papá lo secuestraron en su casa. A mi mamá se la llevaron del velatorio de su abuelo; tenía veintitrés años y estaba embarazada de seis meses. La trasladaron a la ESMA, uno de los centros clandestinos de detención más grande del país.

Las compañeras que también se encontraban detenidas en ese sitio fueron quienes la ayudaron a parirme. Apenas nací, ella hizo una marca dentro de mi oreja izquierda. ¿Tenía la ilusión de que iba a salir y nos íbamos a encontrar? ¿Intuía que iban a separarnos y quería asegurarse de poder encontrarme o que alguien pudiese reconocerme por esa insignia? Aún conservo esa marca.

Mi mamá fue trasladada en un vuelo de la muerte y, en diciembre de ese año, los milicos me dejaron en la puerta del Hospital Elizalde, en Barracas. En una nota habían escrito mi nombre, mi apellido y una fecha de nacimiento. Los medios no dijeron eso. Para la prensa, yo era un bebé que había sido abandonado en Casa Cuna.

Mis abuelos por suerte pudieron identificarme. Ellos, que militaban en organismos de DDHH, siempre me contaron la verdad: que mis padres eran militantes solidarios, que luchaban por un mundo mejor, que querían cambiar las cosas que aún queremos cambiar. Quizás todo eso me acercó a la militancia.

En el año 95 ingresé a H.I.J.O.S Capital; allí me encontré con compañeros y compañeras con las que compartíamos historias atravesadas por el terrorismo de Estado. Juntos nos organizamos para pelear por juicio y castigo a los genocidas. Milité activamente en la agrupación, pensando, haciendo, creando y dando charlas en colegios secundarios, donde nos presentábamos como un organismo que levantaba las banderas de nuestros viejos.

En el año ‘99 conseguí trabajo en el Hospital de Niños de La Plata y comencé a militar en la regional HIJOS de esa ciudad. Era la época de las leyes de Impunidad y por eso salimos a hacer escraches.

En el 2000 nació mi primera hija, Lara, a mis 22 años, la misma edad que tenía mi papá cuando lo secuestraron. Y así como mis abuelos me contaron quienes fueron mis padres, yo fui contándole a ella quienes fueron sus abuelos.

En el 2009 nació mi segunda hija, Sofía, y en el 2015, Emilia. Y sigo esforzándome por contarles sobre nuestra historia, nuestros orígenes, nuestra identidad. Quiero que crezcan sabiendo que somos una familia de militantes políticos. Quiero que sepan quiénes fueron sus bisabuelos, sus abuelos, pero también quién soy yo. Que su bisabuelo Oscar, originario mapuche, fue delegado de fábrica en Santiago de Chile. Que su abuelo fue militante popular y que eso le valió la vida. Y que su papá, quien escribe estas líneas, es trabajador de la salud y se dedica a la militancia gremial, reivindicando el compromiso de lucha y de solidaridad heredado. También cargo con el dolor y la alegría de ser uno de los primeros nietos restituidos y, por eso, puedo contarles esta historia, su historia.

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