
Carlos Alberto Moreno, el abogado de los trabajadores
Matías Moreno
Libres o muertos, jamás esclavos
José de San Martín
La historia de mi mamá y mi papá es una historia de amor.
Ella provenía de una clase social media alta de la ciudad de La Plata, hija de un comerciante, que tenía un buen pasar económico. Por el contrario, la familia de mi papá era muy humilde, de la ciudad de Olavarría. Él fue el único de los tres hermanos que pudo acceder a la Universidad. Estudiaba abogacía en la UNLP y militaba en la FURN (Federación Universitaria para la Revolución Nacional).
Se conocen en una fiesta y empiezan a verse. Cuando mi papá se recibe de abogado vuelve a Olavarría, entonces, durante un tiempo mantienen la relación por medio de cartas. Mi papá vuelve a La Plata a ofrecerle casamiento. Sin embargo, ella decide irse a vivir con él a Olavarría sin formalizar. Mis abuelos sorprendidos por la decisión viajan a buscarla y es ahí cuando después de conocer a mi papá, terminan aceptando la relación. Ella tenía 22 años y la posibilidad de vivir holgadamente, sin embargo, decidieron empezar juntos un proyecto familiar, laboral y social en esa ciudad.
Los primeros tiempos viven en la casa de mis abuelos paternos, hasta que pueden alquilar un local, dónde mi viejo comienza a ejercer como abogado laboralista. En la parte de atrás había una pieza con baño afuera. En esa época mi mamá empieza a trabajar como maestra en escuelas rurales. Yo nací en esa casa, el 30 de julio de 1975.
Mi papá es convocado por la Asociación Obreros Mineros Argentinos (AOMA) y así comienza a ocuparse de los trabajadores, especialmente de los de la Empresa Cementera Loma Negra. En las distintas consultas reconoce que, como denominador común, la mayoría padecía de afecciones pulmonares diversas y que las hacían pasar por diferentes enfermedades disociadas de su actividad laboral. La mayoría de ellos no llegaba a jubilarse porque se moría antes. Entonces investiga y profundiza este singular fenómeno que atravesaba especialmente a los laburantes de la sección embolsadora. Luego de asesorarse con varios médicos distinguidos en la especialidad; y gracias a que dos obreros se ofrecieron para realizarse una biopsia de pulmón; llega a la terrible conclusión de que todos aquellos que habían sido analizados, tenían cristales de sílice como consecuencia de las insalubres condiciones laborales. Los pulmones estaban severamente afectados por el trabajo realizado en lugares cerrados. Lleva el nombre de silicosis. A partir de esta averiguación, mi padre inicia las correspondientes demandas contra la empresa y consigue que esta dolencia sea considerada una enfermedad profesional. Él tenía la convicción de que su profesión debía estar al servicio de los trabajadores. No existía otra posibilidad, lo tenía muy claro.
Esto lo lleva a involucrarse en una disputa contra el poder económico, una de las empresas más importantes del país. Se estaba metiendo en un terreno peligroso, pero no iba a doblegarse. Entonces empiezan las amenazas.
Mi mamá ya está embarazada de mi hermano Martín. La tarde-noche del 29 de abril de 1977 estaba esperando que él volviera de entregar un certificado médico en la escuela donde ella trabajaba. Al ver que no llegaba salió sin dudar, a buscarlo. En la vereda encontró tirados un paquete de Parliaments y un chocolate Suflair. En ese momento se dio cuenta de lo que había pasado. Quedaron en las baldosas, los indicios del secuestro.
Mi papá había sido trasladado en un auto particular a la quinta de los hermanos Méndez, ubicada en la ciudad de Tandil; lugar que tiempo después fue indicado como centro clandestino de detención y considerado un claro ejemplo de la alianza del poder económico, civil y militar. Allí lo encerraron y torturaron. Logra escaparse. Estaba herido, pide ayuda a un vecino, pero la hija de éste hace la denuncia a la policía local con la intención de ayudarlo. Lo detienen nuevamente. La policía comienza la búsqueda y cuándo intercepta a la camioneta, estos le dicen que son del ejército y que llevan detenido a un subversivo. Ese mismo día, el 3 de mayo de 1977, lo matan de un disparo en el pecho. Tenía 29 años.
A partir de entonces se inicia el derrotero de mi familia por los juzgados. El Colegio de Abogados de Azul presentó un habeas corpus, en vano. Allanaron el estudio de mi padre estando nosotros presentes. A mi madre la echaron del trabajo y tuvo que volverse a la ciudad de La Plata, embarazada, conmigo de dos años, manejando aterrada y sola en un fitito.
El 10 de mayo mi familia es convocada a la Jefatura de Policía a cargo de Ramón Camps para que reconozcan su cuerpo. Quedaron impactados al ver que la mayoría de los cadáveres eran de jóvenes. Mi tío pudo reconocerlo por el anillo que aún llevaba puesto.
En Olavarría, los trabajadores mineros habían comenzado una huelga denunciando la desaparición del abogado Carlos Alberto Moreno. A mi mamá las Fuerzas Policiales la extorsionaron impunemente: las condiciones para la entrega del cuerpo era que se levantara la huelga y que el cuerpo no fuera enterrado en Olavarría.
Pude acceder a la causa y a la verdad sobre mi padre a los 11 años. Hasta entonces creía que mi papá había muerto en un accidente, en una guerra civil.
En la escuela primaria me hice amigo de dos hijos de desaparecidos y en un claro acto discriminatorio, una profesora nos hacía sentar en el fondo “por ser hijos de subversivos”.
En el 2003 vi cumplido el sueño de la llegada de un proyecto político en el que hoy milito, que levanta las banderas que mi viejo y los 30.000 enarbolaron con orgullo.
Desde el año 2019 los restos de mi padre descansan en la ciudad de Olavarría. Sus cenizas fueron esparcidas en el barrio donde se crió, en el Parque de la Memoria y en la sede Loma Negra del Sindicato AOMA.
Hoy la memoria está presente en esa ciudad en distintos espacios (calles, escuelas, baldosas) que no solo reivindican su nombre sino también su lucha que también es la mía, la nuestra.