
Huellas
Cecilia Valdéz
“Y aunque llueve también sobre la Tierra y sobre los campos y ciudades llueve, lejos quedó lo que no tiene nombre y alguien, con visceral memoria se rescata y vive”.
“Regreso” de Líber Falco.
Ahora mismo estamos frente a un edificio donde hace exactamente 43 años había una vieja casa chorizo, y lo de vieja es literal. Recuerdo que mamá decía que durante algunas tormentas había que sostener la pared de la cocina para que no se viniera abajo. Acá también nacimos mis hermanos y yo, y hubo reuniones en las que se pergeñaron otros mundos posibles, seguramente muy distintos a este que habitamos ahora, siempre más solidarios y justos. En esta casa vivíamos mi mamá, mi papá, mis hermanos y yo. Y de aquí mismo, la madrugada del 10 de septiembre de 1976, se llevaron a mi padre en un típico operativo de esos donde cortaban la calle, entraban encapuchados y con armas largas, revisaban y daban vuelta todo, amenazaban, secuestraban, y hacían todas esas cosas que ya sabemos que son capaces de hacer, y que nos diferencian en todo. Por ese entonces, mamá estaba embarazada de Diego y en los siguientes días tuvo que lidiar con un parto prematuro y con la búsqueda de mi padre, una búsqueda que nunca acabó.
La historia con esta casa llego a su “fin” unos pocos años después cuando mamá consiguió una casa en Berisso por un plan de vivienda y nos mudamos, pero ese es otro capítulo de nuestras vidas donde no me pienso meter ahora. Berisso fue otro cantar, u otro callar, mejor dicho. Cuando llegamos a Berisso tenía 5 años pero tuve que esperar hasta mis 18 para que algo que empujo muy hondo, y desde muy adentro, me hiciera empezar a preguntar y querer saberlo todo, a borbotones, como suele suceder cuando algo tan importante puja por salir. Una de esas preguntas me llevo de vuelta a esta casa. Por suerte todavía no la habían tirado abajo así que toque timbre y pedí pasar. No recuerdo qué sensaciones me invadieron entonces, pero sí que pregunté por unos discos que sabía que mi padre había escondido en un entretecho -en el apremio de lo que estaba prohibido tener-, y que me dijeron que el techo había sido rehecho y que ya no encontraría nada. Una pena compartida -como más tarde descubrí cuando se formó H.I.J.O.S.-, ya que la necesidad de conservar todo lo que perteneció a nuestrxs desaparecidos es sólo proporcional a salvaguardar la memoria de todo lo que tenga que ver con ellxs, ya se trate de objetos o recuerdos.
No estoy segura sí fue esa vez, u otra, que toque timbre en las casas de los vecinoxs y les pregunte qué sabían, o qué habían visto, durante el operativo de secuestro. Aún vivían dos viejos muy viejos y amorosos, Matilde y el Vasco, que me contaron algunos detalles del secuestro. En esa época, juntar los pedacitos de la historia me parecía fundamental y necesario, como ahora, pero más. Recuerdo que aún confiaba en poder encontrar datos que me permitieran llenar ese vacío. Con los años fui ubicando otras cosas, y esos pedazos fueron armando una historia que no es ni más ni menos que la mía, la nuestra, la compartida. Como saben, nunca he dejado de hacer preguntas, de hecho me hice periodista y lo profesionalicé.
Respecto a la casa, esa fue la última vez que la vi. Me alegra que podamos guardar memoria sobre lo que allí sucedió, y dejar una marca. Muchxs de nosotrxs nos hemos pasado la vida dejando huella de lo que pasó y encontrando las maneras de acompañarnos en este necesario ejercicio de memoria.
Nunca tuvimos ningún dato de alguien que hubiese visto a Cocho con vida, siquiera en algún campo de concentración, pero tuvimos y tenemos mucha memoria pese a tantos silencios impuestos, y esa es la manera que encontramos, junto a cada unx de ustedes, de traerlo a la vida de nuevo. Todxs sabemos que no fue nada fácil, que necesitamos de mucha terquedad, amor y ternura, para sostenernos en la memoria. Y este sostenernos también es literal. Sin ese apoyo, todo lo que fuimos capaces de hacer no hubiese sido posible, y por eso quiero agradecerles y agradecernos enormemente este nuevo acto de amor y memoria. Ya han pasado 43 años y puedo dar fe de que, con nuestros más y nuestros menos, hemos construido una gran familia. Y no hablo sólo de mi familia de sangre, hablo de la elegida, de la que crea comunidad, de la que encuentro cada vez que hay un reclamo de justicia y libertad y nos vemos las caras. De lxs que nos conocemos de hace mucho, de lxs que están a veces, de lxs que recién llegan, de todxs.
No nos vencieron, nos querían calladxs y aquí estamos, gritando alto: PRESENTES, ¡ahora y siempre!
* Este discurso fue escrito para la colocación de la baldosa de la casa de la calle 16 entre 45 y 46, La Plata. El acto tuvo lugar el 10 de septiembre de 2019.