Generaciones

Claudia Bellingeri

Unos días antes mi padre llegó temprano a casa. Escuche que hablaba con alguien. Su voz rara, con un tono especial le daba más crispación a la charla. La receptora disgustada, mi madre. Mi hermano y yo frente al televisor en blanco y negro mirábamos los dibujos animados del pájaro pequeño que se pasaba de listo, y le ganaba al gato.

En algún momento la conversación llegó hasta nosotros.

Me asuste. Discutían. Él dijo algo sobre las brujas. No entendí.

Esa noche juntamos algunas cosas, ropa mantas, juguetes y nos fuimos a casa de unos tíos. Seguí sin entender, ¿unos tíos? conocía a toda la familia y “esos” no figuraban en ningún árbol genealógico. No se permitían preguntas, mucho menos con mi madre impugnando la decisión.

Solo dije-: ¿Dónde es que son las vacaciones?

La casa de mis nuevos tíos quedaba en un lugar llamado Tolosa. Nunca antes lo habíamos escuchado, mi hermano creía que quedaba en otro continente, pero no, después de unas vías, que a esa altura de la infancia todavía no habíamos atravesado, estaba Tolosa.

La mañana comenzó con presentaciones: mi tía tenía el nombre del color de su pelo, su esposo el de sus kilos de más. Recorrimos la casa, me pareció grande, un pasillo interminable con habitaciones que miraban a un patio interno y coronando el pasillo la cocina, oscura, fresca algo inhóspita; atravesando la cocina se llegaba al fondo, un terreno con huerta, gallinero, flores, un paisaje extraño pero desafiante.

Los primeros días, nos sentimos raros, el frío y el aburrimiento nos ponen nostálgicos de nuestra casa. En mayo el sol sale pero no calienta, solo entibia y en Tolosa parecía que ni eso.

Mientras tanto perdía la asistencia perfecta al 4to grado “B” y el premio que a semejante acto de responsabilidad se le otorgaba. Seguimos aburridos, como suspendidos en el tiempo, que no pasaba ni a empujones.

Mi hermano, que tenía ideas más divertidas que las mías, pensó que podíamos conocer los espacios secretos de la casa si jugábamos unas escondidas. El lugar de la pica sería el gallinero, a mí me tocó contar primero del uno al cien, sin espiar. Al comienzo sentí un poco de miedo, no era como jugar a las escondidas en la cuadra de mi casa; en el barrio la regla primera era descubrir a los chicos que se ocultaban detrás de un árbol de una columna de luz o pegarse a la pared hasta volverse invisibles, la astucia estaba en quien corría más hasta la pica, la agilidad reemplaza el astuto escondite., a veces se quedaba tan cerca que con estirar la mano y decir “descubierto” se terminaba la ronda. En nuestro juego nuevo, lo interesante era recorrer la casa misteriosa que nos tenía de huéspedes involuntarios.

Mi hermano descubrió primero, un escondite bajo un árbol de una fruta extraña, algo roja con una cáscara dura que recubre toda la esfera del fruto y que terminaba como con un cuello más fino y algo espinoso, al partirla aparecían pequeños granos translúcidos y dulces; comimos miles, alguien dijo que la fruta se llamaba granada, que podíamos hacer jugo y tomarlo. Nuestro primer descubrimiento.

Largas tardes de escondidas, encontramos una sala de cuadros y algunas fotos viejas con personas que parecían haber sido parte de la familia. En la otra punta de la casa el juego se volvía peligroso, había que atravesar el terreno con pastos altos, y esconderse en el gallinero, el olor penetrante e inolvidable conspiraba contra el escondite.

Pasábamos los días sin entender porque esas escondidas eran interminables, eternas.

Cuarenta y cinco días después mi padre vino a buscarnos, volví a la escuela.

La caza de brujas había terminado.

En Timote, al norte de la provincia de Buenos Aires, el cuerpo sin vida del general aparecía con dos tiros en el pecho. El comunicado Nº 4, decía: “Al pueblo de la Nación: La conducción de Montoneros, comunica que hoy a las 7:00 horas fue ejecutado Pedro Eugenio Aramburu. Que Dios, nuestro señor se apiade de su alma. Perón o Muerte. ¡Viva la Patria!”

* Estos hechos que narro, están en mi memoria como los primeros recuerdos sobre ser parte de una familia itinerante, y son también de algún modo los acontecimientos fundantes de la persecución política que a partir de allí se desato sobre toda una generación. Fue sin saberlo nuestra primera práctica infantil clandestina.

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