La espiral

Pablo de la Fuente

Cada tanto vuelvo a ella. Paso por allí. Es como una visita, una metáfora.

Es un pedazo del bosque platense, un lugar de reunión, de encuentro, de discusiones.

Y allí se conocieron mis viejos, y allí conocí a muchos hermanos, y aquello fue germen de lo que luego se transformó en la red de H.I.J.O.S.

“La arquitectura se acerca peligrosamente a la vida” decía mi viejo en una de las varias cartas que conservo de él, de su época tras las rejas, como si se tratara de una vida metida adentro de otra, cuando yo tenía tan solo un año y faltaban aún muchos capítulos y muchas mudanzas hasta su desaparición. Y tanto se acerca a la vida la arquitectura, que luego de más de veinte años, mi mamá volvió a la ciudad a terminar la carrera que no eligió interrumpir y la terminó y se recibió y volvió a Córdoba y construimos “la casa de piedra” con nuestras manos, donde vivió hasta hace muy poco.

Yo también volví a esta ciudad donde nací, siempre tuve excusas para ir volviendo de a poco, tenía primos entrañables, y tuve amores a distancia y amigos y finalmente volví y me quedé, y me casé y tuve hijos y me separé y volví a creer y aquí estoy, como una espiral que de a poco se acerca al punto de origen, donde además hay un árbol, donde hay vida. Y se acerca como rondando, merodeando, sospechando, haciendo el camino más largo.

Lo más parecido a una tumba que tengo, pensé cuando volví a vivir en la ciudad de las diagonales, el día que hice el recorrido al salir de retirar un certificado de nacimiento, caminando por el bosque hasta la espiral. Al llegar estaba solo, decía, sentado ahí, mirando alrededor, saqué unas hojas y alguna basurita suelta.

Unos varios pedazos de los vertiginosos tiempos de mi viejo pasaron por allí, asambleas, amores, discusiones, expulsiones, canciones. Todo con mucha intensidad. Él era así: apasionado, enamorado, jugado, entregado, convencido. Y muy optimista, hasta en los momentos más difíciles.

En unas de esas aulas se paró sobre un escritorio para hablarles a los demás alumnos. En medio de su despliegue de oratoria, notó que algo les causaba gracia, se observó y notó que tenía puestas dos medias de distinto color. “Ven como dos diferentes pueden hacer un par” dijo.

Y allí está la espiral, allí sigue esperándome para recibirme las veces que lo necesite, como el caparazón de un caracol, un lugar seguro donde resguardarse, con el nombre de mi viejo incrustado ahí para siempre, al lado de sus compañeros, en el lugar del encuentro, en el corazón de la facultad de arquitectura.

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