Lo que no se entiende

Lucía García Itzigsohn


Relatos para después del triunfo
“Es mi intención en este intento dar testimonio, para los que vengan después,
de todo lo que vivíamos en este tiempo, tan lleno de dolor y de esperanza,
tan dirigido justamente a los que vengan después”.
Matilde Itzigsohn

No me acuerdo el color del pintor. En algunas imágenes aparece azul y en otras marrón, a cuadritos siempre. Estoy llegando a la casa de mi abuela, que es mi casa ahora, aunque no sabemos por cuánto tiempo. Dormimos con Maine, mi hermana, en una pieza que era comedor. Ahí está el bargueño con las copas de cristal y ahí es donde Nona esconde el chocolate Águila que comemos a escondidas. Ahí está también el teléfono celeste de Entel que es el único de la cuadra. Así que a veces se asoma algún vecino pidiendo permiso para hablar.

Las tardes se parecen. Vuelvo del jardín en el transporte blanco con rayas amarillas y negras de Giannini. Tengo la bolsita en la mano y el corazón me empieza a latir rápido. Giannini toca bocina, Élida me da la mano y me ayuda a bajar. Esta vez sí, pienso, esta vez seguro que están. Sale Nona a abrir la puerta. Están en el pasillo, escondidos para darme una sorpresa. Ese segundo de esperanza se estira hasta que otra vez no están ahí. No sé si me enojo. Sé que no lloro más.

Entro a la cocina, prendo la tele, voy a tomar la leche, si es con mu-cho chocolate mejor. A veces dan Heidi, o ese dibujito de la nena que busca la flor de siete colores; cada capítulo encuentra una flor con siete colores, pero nunca es la que ella busca. 

No pregunto más. Nadie me explica lo que no se entiende.

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