
Venganza
Clarisa Schwindt
“ y es mi rabia de cemento”
Dusminguets
Gonzalo iba a 6to «A». Estaba incluído en la lista de chicos lindos que hicimos con mi hermana mayor. Una tarde lo crucé cerca de mi casa en la bici y quedé petrificada.
Él nunca me vio.
En los recreos trataba de acercarme con discreción para mirarlo mejor. Hermoso, perfecto. La nariz fina y respingada hacía que el labio superior de su boca estuviese levemente abierto. O eso me parecía. Su piel blanca contrastaba con el pelo negro corto, peinado con prolijidad.
En la escuela hacíamos algo que llamaban «convivencia», para mí era un campamento en el Sindicato de la Alimentación. Un poco de aventura. Ese día nublado lo escuché conversar entre las carpas verdes y naranjas. Le contaba a una amiga que de grande quería ser militar.
Sentí una piña en el estómago. No podía ser cierto.
Estuve toda la tarde metida en un charco juntando ranas.
Se hizo de noche. Terminó el fogón.
Después de masticar bronca y asumir que aún así seguía enamorada me fui a acostar.
Gonzalo despertó aterrado, a los gritos. Las señoritas preguntaron quién había puesto un sapo en su bolsa de dormir.